El relato más extraordinario que escuche en mi infancia, y que aun atesoro en mi corazón, es aquel que habla de una princesita que, a pesar de ser amada por el rey desde pequeña, fue despojada de todos su derechos por los enemigos de su padre. Aquel rey murió en defensa de su reino y de su amada hija, y la pequeña princesa fue llevada como esclava pasando al servicio de los enemigos de su padre. Despojada de sus ropajes reales, debía realizar los quehaceres más pesados y suplicar a sus opresores para que le dieran siquiera un miserable mendrugo de pan. Pero el final feliz llego. Un príncipe azul puso su vida como garantía y apareció para darle libertad y devolverle el título de “hija del rey” que siempre había sido suyo.
No es más que un cuento, pero hoy quiero recordarte que la mejor historia es aquella en la que tú y Dios son los protagonistas. Tu eres la hija del Rey con todos los derechos que este título te confiere. Pero un día, el enemigo de Dios llego para despojarte de todos tus privilegios. De princesa pasaste a ser esclava. Es posible que la esclavitud te tenga atada con cadenas de oro y grilletes de plata, y esto te haga creer que estas bien. Pero aun así continuas siendo esclava. Hábitos perjudiciales, la tendencia al mal, la búsqueda insaciable del placer, la mundanalidad; todo ello podría transformarse en cadenas tan férreas que imposibilitaran todo intento de escapatoria.
Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba! ¡Padre!” Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo. Dios te ha hecho también heredero. Gálatas 4:6-7
Quiero recordarte que tu condición de princesa te fue devuelta cuando Cristo Jesús, el Príncipe de Paz, el Hijo del Rey, vino en tu rescate para morir en la cruz. Lo hizo para devolverte la libertad arrebatada por el pecado. Su magnífica promesa es: “El Señor hace justicia a los oprimidos, da de comer a los hambrientos y pone en libertad a los cautivos” (Sal. 146:7).
Amiga, eleva tu vista al cielo, ofrece una plegaria pidiéndole al gran Libertador que rompa tus cadenas y entonces “ ‘Volverás a vivir en paz y tranquilidad, y nadie te infundirá temor. Porque yo estoy contigo para salvarte’, afirma el Señor” (Jer. 30:10-11).
Erna Alvarado (“Aliento para cada día” )