En una pecera los peces acostumbran nadar a la mitad de ella, nunca se quedan totalmente abajo ni arriba, únicamente suben para alimentarse. Así deberíamos ser las hijas de Dios: ni muy arriba ni muy abajo, más bien, término medio, es decir, no dar una imagen miserable ni vergonzosa, como si no tuviéramos un Dios, ni tampoco exhibir un orgullo religioso propio de personas que confunden la naturaleza divina.
Así como los peces, nosotras también debemos buscar las alturas, pero no las del orgullo o la petulancia, sino las alturas donde se encuentra Dios, quien nos ofrece el alimento de vida.
Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará —Mateo 6: 6
Esta es una de mis oraciones, se la debo a una amiga especial:
Creo en ti, en mi Dios que nunca desampara; el mismo que ha atravesado con nosotros el mar de sangre y de dolor. Dios omnipotente, quien nos creó de nuevo, pues él sabe, que muertos hemos estado y sin querer vivir. Él es el Dios que contrarresta al demonio; contra él no puede el demonio pelear; lo venció allá en el cielo y lo venció en el Moría, y allá en el Gólgota, y aquí en mí corazón.
¡Oh, Dios de los ejércitos, me has creado de nuevo! Me ha amanecido y el sol me habla de ti y las lluvias me lavan el alma repleta de tormentas y llegan a mis ojos destellos carmesí. No, nunca te me alejes, mi alma te reclama. Todas mis ansiedades encuentran cuna en ti; mis huesos resucitan, Ezequiel lo ha mostrado. Y en tu pecho hay mil cofres que guardan mis querellas, mis súplicas, mis gritos y mis desesperanzas.
Tú nunca te cansaste, tú siempre me escuchaste y hoy de hinojos me postro, sobre mis soledades. Es mi alfombra, Dios mío, es suave, es primorosa, sí mi alfombra florece, cual florecen las plantas con las lluvias tempranas.
Recibe mi rocío de lágrimas maternas. Aquí sobre mi alfombra do florecen mis flores, do mis lágrimas perlas humedecen confiadas todas mis esperanzas, de que un día en rosado y azul primoroso crecerán dos plantitas, tan suaves como fue el Nazareno, tan dulces y preciosas y además fragantes. Dos preciosas criaturas de mi jardín de ensueños.
Por Lorena P. de Fernández