Con apenas 20 años, Raúl llega a la conclusión de que su vida es un fracaso. «¿Para qué continuar viviendo?», me pregunta en la carta, después de contarme las derrotas de su vida.

Desde los 16 años, ha estado usando drogas. Al principio, solamente para «probar». O, tal vez, para no sentirse aislado del grupo.

«A la hora que quiero, paro», les decía a los que le aconsejaban abandonar ese camino.

El día llegó. Quiso parar. Casi había perdido la vida en un accidente automovilístico. Quiso parar, y descubrió que ya no podía. Era un pobre esclavo del vicio. A partir de allí, su vida fue un fracaso tras otro. Abandonó los estudios, dejó la casa paterna y empezó a practicar pequeños robos. Acabó pasando un tiempo en la prisión.

Cierta noche, medio drogado, prendió la televisión del cuartucho inmundo que compartía con otros drogadictos, y vio un predicador hablando del amor de Dios y de las incontables oportunidades que el Señor da a los seres humanos. El mensaje tocó su corazón. Fue a raíz de eso que escribió una carta a la producción del programa.

Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. —Filipenses 3:14

Al leer el versículo anterior, tengo la impresión de que el apóstol San Pablo le está hablando a este joven. «Prosigo a la meta», dice Pablo. El verbo proseguir, en griego, es lambanó. Literalmente, significa «alcanzar la cumbre de una montaña para descubrir que existe otra montaña más alta«.

Proseguir no es simplemente seguir. Es seguir a pesar de las dificultades, de las derrotas y de las promesas no cumplidas. Proseguir es continuar. Llegar es parar. El día que paras, mueres. La vida es proseguir.

Raúl necesita levantarse y proseguir. Todos necesitamos hacerlo. Cada día. A despecho de los errores cometidos. La más grande tragedia del ser humano no es resbalar y caer, sino quedarse caído pensando que una derrota es el fin de la carrera.

En la pasarela de los victoriosos no desfilan las personas que jamás conocieron la derrota. La victoria es fruto de continuar a pesar de los fracasos ocasionales.

El desafío es correr detrás del ideal que Dios tiene para ti. No te desanimes. Tómate de la mano poderosa del Señor y escribe una nueva página de tu historia. «Prosigue a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».

Por Alejandro B.

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