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Personajes Bíblicos: Isaac

“¡De ninguna manera debes llevar a mi hijo hasta allá! –le replicó Abraham–. El Señor, el Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mis familiares, y que bajo juramento me prometió dar esta tierra a mis descendientes, enviará su ángel delante de ti para que puedas traer de allá una mujer para mi hijo”. Génesis 24:6-8.

Me gustaría ser un hijo como Isaac. Sin duda, pienso en el monte Moriah, en el sacrificio voluntario que aceptó ser. Definidamente, sin saber cómo Dios iba a solucionar el problema de haberse acostado sobre el altar, marca una fe al nivel de la de su padre. Yo soy de los que hubieran corrido. Y sí… hubiese sido mucho más fácil.

Para llegar a acostarte en el altar del sacrificio, debes conocer mucho al Padre que te pide el sacrificio. No sé si tu altar será el del dinero, el de las amistades o el de tu trabajo; no sé sobre qué altar Dios te está pidiendo que te sacrifiques. Pero, solamente te vas a animar a acostarte en el altar cuando conozcas a tu Padre. Antes, es sencillamente imposible.

En realidad, no sé si me gustaría ser un esposo como Isaac. Acepto que las costumbres de la época marcaban la responsabilidad de buscar las futuras esposas de los hijos sobre los padres, pero es una idea que no me termina de alegrar. Realmente, preferiría recibir la bendición de mis padres sobre una elección que yo haya realizado. Al hijo de Abraham le fue muy bien: Dios dirigió la historia, el ser humano se dejó guiar por el Omnisapiente, y el resultado fue alegría.

Siempre me llama la atención que Eliazer, el siervo, nunca mencionara –siquiera– el hecho de que la joven que Dios le iba a mostrar tenía que ser linda; ni siquiera simpática. La lista de “cualidades” iba por otros senderos. De todos modos, como Dios no nos deja a mitad camino, la elegida cumplía con los requisitos pedidos por el padre del novio al siervo, por los que el siervo le pidió a Dios; y –por añadidura– la desconocida agradó al prometido.

¡Ese es Dios! Cuando dejas que él guíe todas tus elecciones y todas tus decisiones (observa que repetí la palabra “todas”), las cosas salen mejor de lo que tú habías soñado.

Por Milton Betancor

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