Recuerdo las palabras de mi padre, como si fuera hoy, después de haberme observado por varios minutos hacerme uno y otro peinado frente al espejo, y al notar la habilidad que había desarrollado para mover secador y pinzas rizadoras dijo: «No te preocupes tanto por el cascarón, lo que importa es lo que hay adentro».
¿Cómo? —Le repondí— ¡Tengo quince años! ¡Por supuesto que el cascarón importa! En aquel entonces no lo entendía. Me costaba mucho trabajo comprender las palabras de mi padre.
Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Ésta sí que tiene mucho valor delante de Dios —1 S. Pedro 3: 3, 4
Vivimos en una época donde se rinde culto a la belleza física y donde contar con un lindo cuerpo y una buena apariencia es la clave para que supuestamente tengamos éxito. Pero al detenernos y analizar el versículo anterior encontramos que para Dios esto no es lo más importante.
¿Qué quiere decir entonces el versículo? ¿Acaso no debiéramos peinarnos ni vestirnos bien? ¿Promueve la Biblia el descuido en el arreglo personal? ¡Por supuesto que no! Lo que la Biblia dice es que este tipo de belleza externa se desvanece. No se puede depender de ella para obtener la verdadera felicidad.
¿Cuál es entonces la belleza verdadera y la que permanece? El versículo también tiene la respuesta: «La que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible». Tal vez conozcas a alguien con una belleza física excepcional, pero que tiene una actitud egoísta y pesimista que desvirtúa sus mejores atractivos y los opaca de una manera apabullante.
¿Y qué decir de nosotras mismas? ¿Nos conocen por nuestra actitud egocéntrica y obsesiva por la apariencia o por nuestro ferviente anhelo de amar y servir a otros?
Amiga, recuerda que la verdadera belleza no proviene de un maquillaje fresco ni del peinado de la última moda, más bien, nace y resplandece de un corazón que se deleita en el Señor y en el servicio al prójimo.
Por Elsy Ordoñez