Se cuenta que un niño, hijo de un científico, asistió con su padre a una exposición, donde colgaba un enorme cartel que decía: «God is nowhere» (Dios no está en ninguna parte). Muchas personas comentaban en voz alta la sorprendente e innovadora teoría materialista que se estaba presentando, e incluso algunos movían sus cabezas afirmativamente mientras leían aquel cartel.
El pequeño, que apenas comenzaba a leer, se detuvo bruscamente y, tras breves minutos de consideración, corrió hasta su padre y le dijo: «¡Mira, papá, ese letrero dice: «God is now here»!» (Dios está aquí ahora). En su mente infantil no había ninguna otra interpretación posible.
Y desde aquel día el nombre de la ciudad será: aquí habita el Señor
—Ezequiel 48:35 NVI
¿Es importante para ti saber que Dios está a tu lado? El versículo de hoy pone fin a una historia dramática y dolorosa. Durante años Dios había luchado para que su pueblo escogido lo aceptara como su soberano y lo dejaran morar con ellos, pero una y otra vez había sido rechazado por aquellos a los que él mismo habría de venir a salvar.
Hoy, después de tantos años, el mismo Dios que te buscó, te llamó, te rescató y te restauró, te vuelve a proponer su compañía. El quiere caminar a tu lado.
Si tienes a Dios, lo tienes todo, y eso es una extraordinaria ventaja para cualquier ser humano. Aceptar la presencia de Cristo en nuestras vidas implica convivir con él las veinticuatro horas del día.
Tenemos un protector que nos cuida, que suple, nuestras necesidades, que nos escucha cuando oramos, que llora con nosotras y nos consuela, que nos fortalece en los momentos difíciles y proyecta nuestra vida hacia un mundo mejor. Pero muchas veces le pedimos que no se meta en nuestras decisiones, porque se trata de nuestra vida y tenemos derecho a decidir sobre ella.
¿Sabes? La presencia de Dios inunda la tierra como aquella luz que iluminó las colinas de Belén. Pero lo más importante que debes preguntarte es: ¿Quiero yo que esté aquí, conmigo?
Dios quiere estar junto a ti, ¿extenderás tú la mano para asirte de él?
Por Ruth Herrera