Lot levantó la vista y observó que todo el valle del Jordán, hasta Zoar, era tierra de regadío, como el jardín del Señor o como la tierra de Egipto. Así era antes de que el Señor destruyera a Sodoma y a Gomorra. —Génesis 13:10.
Los ojos de Lot se escaparon hasta Sodoma y Gomorra cuando eligió la llanura para vivir. Definitivamente, las ciudades no comenzaron a ser aquel lugar tan complicado para vivir después de la llegada de Lot; ya lo eran desde antes de su llegada, y él debió haber sabido lo que lo esperaba si entraba en ellas. Aun así, entró.
No lo hizo el primer día. No salió corriendo de la conversación con su tío y se metió en el centro de la ciudad, para “festejar” su libertad familiar. Fue un proceso largo. Un proceso que debió de haber comenzado con una posición de cuidado, de aprensión en relación con las ciudades, con sus habitantes y con sus costumbres.
Poco a poco, Lot y su familia fueron acostumbrándose a lo que era “natural y normal” entre los sodomitas, y las distancias se fueron acortando. Las barreras se fueron cayendo. Las tiendas se fueron acercando. Casi sin percibirlo, hicieron un buen negocio comprando una casa en la ciudad. ¿Para qué continuar viviendo en tiendas, como el tío viejo, si podían comprar la comodidad y el confort de la ciudad?
Nos acostumbramos al pecado de tal manera que no nos cuidamos de él. Es tan natural para nosotros, que ya no nos llama la atención. Recién cuando el pecado se transforma en tragedia, alguna fibra de nuestro corazón se sensibiliza. Lamentablemente, muchas veces es muy tarde y tenemos que pagar las consecuencias.
Lot se equivocó en la primera decisión, se equivocó en las decisiones intermedias y se equivocó en las últimas, también. Todas lo llevaron a Sodoma.
Por la conversación que Abraham tuvo con Cristo respecto de las ciudades, ni siquiera había conseguido convertir a diez personas. Lot no había conseguido convertir a su familia. Él estaba más influenciado por la ciudad de lo que él mismo sospechaba; tanto que el ángel lo tuvo que arrancar por la fuerza de la ciudad antes de que el fuego la consumiera.
Difícilmente saltamos al pecado cuando lo vemos por primera vez. Por educación, principios, creencias o alguna cosa buena, lo miramos de reojo y no nos sentimos bien. El problema aparece cuando llegamos a mezclarnos tanto con él que ni siquiera lo distinguimos. Ora para estar atento hoy.
Por Milton Betancor