Cus fue el padre de Nimrod, conocido como el primer hombre fuerte de la tierra. —Génesis 10:8.
Hay gente que nace para oponerse a Dios. Le hace la guerra todo el tiempo. Personalmente, los siento más rebeldes que aquellos que simplemente ignoran la existencia divina. Estos últimos hasta pueden sufrir un enorme vacío en sus vidas, pero siguen caminando por las calles de este mundo en su soledad, sin saber, sin entender o, incluso, sin querer tener un encuentro con Dios.
Los primeros no. Los primeros, como Nimrod, se paran en la vereda de enfrente y gritan. Desafían. Buscan herir algún corazón (tal vez el nuestro). No los puedo llamar “ateos”, porque estos niegan la existencia de un Ser celestial. Los “Nimrod”, tanto los antiguos como los modernos, saben que existe; en algunos casos hasta conocen la voluntad que él tiene para con ellos, pero deciden construir sus torres de Babel para llegar al cielo, desafiando abiertamente la orden divina.
Es posible que cuando te mires en el espejo no consigas verte como un constructor de torres de Babel. Pero (siempre aparece esta palabrita) ¿cuántas veces te has encontrado colocando los cimientos de alguna pequeña “choza” para guardar tu pecado?
La torre de Babel es el desafío abierto, claro e irreverente a Dios. Nuestras chozas están más escondidas, no son tan claras y hasta tienen apariencia de espiritualidad… pero, en el fondo, estamos en la misma situación: estamos haciendo lo que Dios dijo que no debemos hacer.
Desafiar a Dios no significa que vamos –necesariamente– a embriagarnos cada fin de semana, robar un banco o matar a alguien. Lo desafiamos en cosas más “pequeñas”: una mentira, una comida prohibida, un chismecito.
El gran problema es que las “proporciones divinas” son diferentes de las nuestras. Mientras nosotros rechazamos “proporcionalmente” a las personas por sus pecados (cuanto más grande, grave o escandaloso el pecado, más lejos queremos estar de ellos), Dios se maneja desde una óptica diferente: rechaza al pecado, sin importar lo “grande” o “pequeño” que sea, y ama al pecador. No deja de dar oportunidad de salvación eterna al constructor de torres de Babel que se arrepiente, pero no tiene ninguna opción frente al pequeño constructor de “chozas” que sigue practicando su diminuto pecado acariciado.
¿Sabes? No es cuestión de tamaños, es cuestión de hacer (o no) lo que Dios desea y manda.
Por Milton Betancor