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Personajes Bíblicos: Jacob

En el sueño, el Señor estaba de pie junto a él y le decía: “Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y de tu padre Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra sobre la que estás acostado”. —Génesis 28:13.

El Dios de tu padre. El Dios de tu abuelo. El Dios de tu familia, de tu pastor, de tu profesor, de tu vecino. Si Dios no es tu Dios, no sirve de nada.

No son las tradiciones familiares las que te salvan. No son las historias de milagros en la vida de tus antepasados los que te dan un pasaporte a la eternidad. No son las credenciales de tu hermano que te abren las puertas de la santa Jerusalén. O Dios es tu Dios o no tienes salvación.

Jacob se acostó a dormir con miedo. En la situación en la que se encontraba, lo último que esperaba era tener una visión divina, pero Dios no está muy interesado en tu preparación previa para encontrarte: él te quiere como estás, donde estás.

Si estás en el desierto de tu vida, durmiendo con una piedra como almohada, huyendo de tu propio hermano y con miedo de lo que te pueda llegar a ocurrir, definitivamente no es el mejor momento para un encuentro. Te olvidaste de vestir tu traje cristiano, tu camisa y tu corbata de santidad. Sin embargo, Dios está desesperado por salvarte, por mostrarte su amor, por llevarte a casa. Te busca, te encuentra, te habla… Solo lo hace si tú lo dejas.

El miedo de Jacob se transforma en una sensación extraña. Él conocía al hombre de la punta de la escalera. Había escuchado a su padre y a su abuelo hablar de él de una manera, en un tono y con una familiaridad que para él eran extrañas. Era el Dios de ellos, no el suyo.

Dios no se conforma con ser tu Dios familiar. Él no quiere un lugar en tus recuerdos, junto al de los seres queridos que respetas aunque no los conoces. Él quiere que lo conozcas, que lo aceptes y, después, que lo ames. Nunca es al revés.

Jacob comienza a ser transformado aquella noche en el desierto. Él se anima a negociar con Dios. “Si me das lo que necesito, yo te doy mi corazón”. No es perfecto, pero sí suficiente. Dios se lo aceptó, y lo fue moldeando hasta que llegó a ser el príncipe que luchó con Dios y con los hombres, y venció. Contigo puede hacer lo mismo.

Por Milton Betancor

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