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Unidos a pesar de nuestras diferencias

Era un inviernos tan frío, que muchos animales comenzaron a morir congelados. Un grupo de erizos, al darse cuenta de su delicada situación, decidieron juntarse para darse calor mutuamente. Era una solución práctica para protegerse de las gélidas temperaturas y sobrevivir, pero pronto se dieron cuenta de que las púas de cada uno herían a sus compañeros más cercanos.

Después de un tiempo, el dolor de las heridas les llevó a alejarse unos de otros. Sin embargo, esta decisión los dejó expuestos al frío nuevamente, y algunos empezaron a fallecer. Ante esta realidad, se vieron obligados a tomar una decisión crucial: aceptar las púas de sus compañeros y soportar las heridas, o enfrentarse a una muerte segura por el frío. Con sabiduría, decidieron volver a unirse. Aprendieron a convivir con las pequeñas molestias que traía la cercanía y, de esa manera, encontraron la calidez que necesitaban para sobrevivir.

Esta historia nos ofrece una poderosa lección sobre la convivencia y la naturaleza de las relaciones humanas. Al igual que estos animales, los seres humanos fuimos creados para vivir en comunidad. Sin embargo, la convivencia no está exenta de desafíos: las diferencias, desacuerdos y roces inevitables pueden hacernos pensar que sería más fácil distanciarnos unos de otros. Pero el evangelio nos muestra que en la unión, pese a las dificultades, encontramos fortaleza y propósito.

La Palabra de Dios nos enseña repetidamente sobre la importancia del amor, la paciencia y el perdón en nuestras relaciones.

Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. —Efesios 4:2-3

Esta unidad no es simple ni libre de inconvenientes, pero en la cercanía con otros encontramos crecimiento personal y espiritual.

En la comunidad cristiana, no se trata de evitar las «púas» de los demás, sino de aprender a amar incluso con sus imperfecciones. A menudo, Dios usa nuestras relaciones para moldearnos, afinarnos y enseñarnos lecciones sobre su gracia. Cada vez que elegimos perdonar, renunciar al egoísmo y priorizar la unidad, reflejamos el amor incondicional de Cristo.

Por otro lado, al distanciarnos, corremos el riesgo de aislarnos espiritualmente. El enemigo siempre buscará dividir, sembrar resentimiento, envidia, pleitos entre los hermanos y apartarnos del cuerpo de Cristo, porque sabe que somos más vulnerables cuando estamos solos. La historia de los erizos nos recuerda que el frío de la soledad espiritual puede ser mortal. Como nos anima Hebreos 10:24-25: “Y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros.”

Así como los erizos encontraron calor en su cercanía, nosotros encontramos apoyo, consuelo, esperanza y fortaleza en la comunión con otros creyentes. Enfrentar las dificultades juntos nos prepara para ser un testimonio vivo del poder de la reconciliación y del amor que Dios nos ha mostrado.

¿Qué tan dispuestos estamos a aceptar las “púas” de los demás en nuestra vida? En lugar de evitar las heridas que pueden surgir, aprendamos a amar y a encontrar el calor que solo la verdadera unidad puede ofrecernos. Porque «Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistir. ¡La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!» Eclesiastés 4:12

Por Huellas Divinas

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